Hoy día, la inteligencia artificial está transformando la forma en que trabajamos, especialmente en aquellas tareas que no son manuales. Lo que antes podía tomar horas, ahora se resuelve con mayor rapidez y facilidad, en muchos casos con solo unas cuantas indicaciones.
¿Cuál es la clave detrás de esta revolución?
La respuesta: El acceso casi instantáneo al conocimiento y a soluciones específicas.
Los principales productos de IA de las grandes compañías son chats generativos (un prompt como input/ una solución como output), funcionan como copilotos. Simulan saberlo todo, y aunque son impresionantemente útiles, nosotros seguimos siendo los capitanes. En otras palabras, cualquier tarea que realicemos con ayuda de la IA se ve potenciada, como si adquiriéramos superpoderes. Esto nos permite ahorrar tiempo y lograr resultados sin requerir un conocimiento técnico profundo.
Sin embargo, aquí es donde surge una pregunta crucial: ¿hasta qué punto se necesita ser experto en algo?
La respuesta es: depende.
La experiencia humana, con su capacidad de interpretar, sentir y conectar, siempre estará un paso adelante de cualquier sistema basado en lógica matemática, como la IA. Por eso, como capitanes, necesitamos saber cuándo y cómo aprovechar al máximo a este asistente sin perder el rumbo.
Ejemplos prácticos
Tomemos el caso de la creación de una pieza publicitaria. Hoy, gracias a la IA, es posible generar animaciones en 3D, ajustar guiones automáticamente, crear imágenes impactantes o incluso locutar en múltiples idiomas con un clic.
Pero, ¿El criterio estético? ¿El mensaje emocional que se quiere transmitir? ¿La conexión con el público objetivo? ¿La selección cuidadosa de colores, estilos visuales y elementos gráficos que representen una identidad de marca? Estos aspectos no pueden definirse únicamente con datos o fórmulas. Requieren comprensión humana, empatía y contexto.
La experiencia y la sensibilidad del ser humano siguen siendo esenciales.
Otro ejemplo puede ser un contador. La IA puede ayudarte a clasificar gastos, generar reportes automáticos o incluso predecir flujos de caja. Pero, cuando se trata de cumplir con una normativa local específica, presentar informes ante una entidad gubernamental o aplicar una excepción tributaria que requiere interpretación jurídica, la historia cambia. La IA no necesariamente está actualizada con todos los cambios normativos o no comprende el contexto legal.
En estos casos, es la experiencia del profesional contable la que marca la diferencia. Él o ella sabe cuándo debe consultar una ley, aplicar un criterio prudente o hacer una operación fuera del flujo estándar porque el cumplimiento legal o fiscal lo exige.
Ser el capitán implica saber cuándo apoyarse en la IA y cuándo tomar el timón con experiencia. En un mundo cada vez más automatizado, el valor humano es el verdadero diferenciador.